MEMORIA DE FUTURO (VIII)

EL PRINCIPIO

Hoy es el día. El del final. O el del principio, según como quieran verlo. Esta noche echaré de menos el momento de ver cerrarse la puerta de la parroquia de San Lorenzo, con los amigos de siempre y en el mismo lugar. Atento al duelo de los saeteros de siempre. Recordando a todos los nazarenos que conozco (y aprecio muchísimo) de la Hermandad de la Soledad. Mirando, de reojo, a mi mujer que se entusiasma con la que va sola en el paso. Haciendo cábalas sobre la cantidad de sobres de la caridad que reposan a sus pies (¡que buen tramo ese de los sobres!). Y reflexionando sobre la Semana Santa vivida.

La Soledad de San Lorenzo, el broche de oro de la Semana Santa, es este año más que un broche que cierra: es un broche que abre. Hoy es el día de comenzar, por mucho que algunos guardéis túnicas y costales. Pero sí, hoy es el día de comenzar. De la cuenta atrás.

Permitidme que os cargue con una responsabilidad, nazarenos de manguitos negros de Sábado Santo. Ustedes (Fernando, Inma, Enrique, Stella, Albiac,  Antonio, Jesús, Ana, Álvaro, Roque, Pepe… y tantos otros más) tenéis la obligación de convencernos a todos que hoy vuestra Virgen de la Soledad no es el final, sino el más esperanzador principio. Que hoy comenzamos de nuevo… o mejor aún: que hoy no acabamos nada, sino que seguimos.

Esta noche, cuando la torre de San Lorenzo repique las doce campanadas, sabremos que entramos de lleno en el momento más importante de la vida cristiana; en el misterio más absoluto, la vida que vence a la muerte. No tenemos duda que una pesada piedra se va a mover de nuevo para que la Luz ilumine al mundo y somos conscientes que no le vamos a encontrar en ningún sepulcro, porque está vacío (¿os acordáis aquellos que habéis estado en Jerusalén? ¿A que no había nadie?).

Sois ustedes, nazarenos soleanos, los que nos tenéis que insuflar durante todo el año esta idea. Porque, a pesar de que lo sepamos, debéis contarnos día a día y hoy más que nunca que vuestra Señora (ojos caídos, ojeras de llanto y manos huérfanas) es el final para llegar al mejor comienzo de todo. Ese que hoy comienza. Porque ya es la víspera.

Esta noche, sin saetas en San Lorenzo y sin flores del gladiolo en los fanales; sin escapularios ni manguitos; sin Spínola ni Bueno Monreal; sin Roca Amador; sin tramo de niños ni guion de la vida; sin inscripción latina en ningún respiradero; sin cruz vacía ni sudario al viento; en la orfandad más absoluta de Juan de Mesa; esta noche, insisto, desde el corazón de esa plaza donde también vive El que vive, comienza todo de nuevo.

Cristo no ha muerto. Cristo vive.

Y nos ama.